(Continuación de la entrada Nuestro ritmo de vida I)
Hablamos de tomar decisiones, lo cual significa un esfuerzo por vencer inercias y resistencias. Pero un esfuerzo que, bien llevado, tiene sus recompensas. En general, son decisiones encaminadas a simplificar la propia vida y a vivir más despacio.
– Vivir despacio para mí significa reducir el número de cosas en las que participo: eventos, encuentros, reuniones… No es que me quiera volver autista, sino que quiero priorizar lo que me da vida.
– Me levanto con tiempo suficiente como para que desayuno, aseo y gestos de buena mañana no sean rápidos sino que me ayuden a llegar a tiempo sin correr… ya os conté a algunos que he empezado a coger la bici para ir al trabajo, a veces voy caminando a buen paso (una hora) y otras voy en transporte público y aquí he introducido desde hace tiempo una actitud: intentar mirar a las personas con algo parecido al cariño…
– Hemos aprendido que cuando suena el teléfono en casa, no siempre podemos atenderlo (hay contestador automático para que en cuanto podamos respondamos). A mi madre le inquietaba llamar a algunas horas y que no descolgáramos y nos regaló un teléfono inalámbrico (tampoco tenemos móviles). Pero terminé por devolvérselo sin usarlo; ¡no quería estar haciendo la cena o dando de cenar a los niños con el aparato en el hombro y hablando a la vez con otra persona!
– Cultivo en mi terraza, matas y flores y observo día a día, ese milagro de la vida y la muerte; preparo cosas ecologicas para mi casa y para otros; dedico algunas horas a elaborar un plato saludable para mi familia, diseñar qué vias de transporte tomaré para ir a determinado lugar… todo con tiempo.
– No es que me ponga a hacer meditación porque no tengo otra cosa que hacer (¡hay tantas cosas interesantes que hacer!); es que he ordenado mi vida para dejar tiempo a la meditación. No es que me sobre tiempo y por eso haga mermeladas; es que quiero dedicar un tiempo de mi vida a tareas manuales más allá de las imprescindibles.
– Antes me gustaba estar superenterada de todo, planificar, buscar… hoy me acuesto tranquila sin que todo eso suceda. Incluso he dejado citas y conferencias para otro momento porque no quiero correr. He bajado al acelere de leer de todo sobretodo en internet, me estoy dando el lujo de decir «no sé», y nada pasa. Valoro enormemente la sencillez (vamos estoy tratando…). Me sorprendo a ratos en el rollo del acelere y me río. Dejé de buscar la perfeccion y vamos ¡me siento tan bien!
– Los fines de semana en que cuido a mi madre (uno cada dos o tres semanas) han dejado de estar chafados y son la oportunidad de relacionarme de otro modo con ella, de recuperar tiempos y cariños perdidos. Aún me queda mucho… Tiene alzheimer y me desespero mucho con la enfermedad… Pero ha ido cambiando todo desde la aceptación desde el respeto a su ritmo.
– Al haber sido fraile en un monasterio estaba acostumbrado a un ritmo de vida muy reglado donde todo te lo daban hecho. Cada hora tenía su ocupación en un ritmo de vida lento, silencioso y lleno de una laboriosidad tranquila. El contraste con Madrid fue fuerte en ese sentido. Pero sí hay dos cosas que he querido mantener: el reservar tiempos a lo largo del día al silencio y a la oración, y el cultivar relaciones profundas con las personas más cercanas.
– Como somos cuatro viviendo en casa (se ha incorporado uno más desde la última vez que escribí), procuramos cuidar el esperarnos para comer o por lo menos para cenar y poder compartir un rato juntos. La verdad es que es una gozada sentarse a la mesa con tranquilidad y alargar la sobremesa.
– La vida nocturna que antes me encantaba la he abandonado por completo y la cosa no pasa de cenar con amigos un día a la semana o así. Ultimamente y casi sin proponérmelo me han salido planes en el fin de semana de subir un día a la sierra o hacer alguna excursión. Y la verdad es que salir de Madrid y respirar un ambiente no contaminado se agradece un mogollón. Y además esta bien tomar un poco de contacto con la naturaleza, que la tenemos olvidada, cuando en realidad sin ella no somos nada.
– Estos últimos años me he dado cuenta del ritmo de vida, prisas, que llevamos y he intentado lo que hago hacerlo con gusto y paz y eso es lo que me digo cada minuto, cada mañana y al terminar el día, lo hago porque quiero por que me hace feliz y por la experiencia de Fe que ilumina y llena mi existencia.
– Llegué a un acuerdo con mi empresa y he dejado de trabajar los lunes. Claro que he pagado un peaje por ello; ahora gano un 20 % menos. Pero me compensa por lo que he ganado en tranquilidad de vida.
– Me preocupa el ejemplo de vida que les damos a los niños y qué les exigimos que sean. En nuestro caso no les tenemos apuntados a extraescolares (solo el mayor va a fútbol después de un año entero pidiéndonoslo), las tardes las tienen para hacer los deberes -el que tenga- y para jugar, jugar y jugar… y por la noche a leer. No ven nada de tele, solo algún fin de semana. Ya les hemos explicado que el problema es que no se pueden hacer mil cosas en el día y que si quieren jugar, leer, ir al parque… no hay tiempo para nada más y hay que priorizar lo que es mejor para ello. Ni que decir tiene que todos los días (o casi todos) tienen su ración imprescindible de parque, algo que creemos fundamental, y por desgracia, algo de lo que carecen muchos niños hoy día.