Nuestro ritmo de vida (I)

 Ritmo de vida 01El «grupo de apoyo mutuo» que comenzó en enero en Madrid estamos dedicando estos primeros meses de andadura a presentarnos y conocernos, compartiendo cada mes uno de los aspectos relacionados con los ámbitos de Biotropía: la compasión y cercanía a los necesitados, la alimentación, la divulgación en nuestros ambientes (y con los hijos)… Este mes el tema ha sido el de nuestro ritmo de vida. También éste es un ámbito necesitado de permanente «conversión». Y también aquí las experiencias de los demás nos ayudan y estimulan. En este artículo resumimos la primera parte de este compartir, copiando textualmente algunas de las intervenciones (por correo electrónico previo y de palabra en la reunión). Evidentemente, el intercambio ha sido mucho más rico de lo que aquí puede resumirse.

Una primera constatación es que algunos no han tenido ni tiempo de escribir un correo en todo el mes. En el tiempo que llevamos conociéndonos vamos viendo que, en general, somos personas ocupadas ¡y bien ocupadas! Aunque alguno de los textos pueda parecerlo, para nada somos personas ociosas e indolentes que no tenemos nada que hacer.

Hay quien ha empezado compartiendo con humildad y realismo su velocidad de vida y cómo desearía llevar un ritmo más sosegado:

– Mi ritmo de vida es un poco de locura, pues no paro ni un minuto como se suele decir y voy para todos los sitios corriendo. Trabajo a 17 Km de Madrid, en Alcobendas y las distancias son lo que me matan. La casa es algo que también me mata pues solo tengo los fines de semana para poder cocinar o limpiar. Pues una de las ventajas que tengo en el trabajo es llevarme las comida de casa, pero eso implica que la tengo que hacerla los fines de semana. También ocurre que en el trabajo no van demasiado bien las cosas, por no decir muy mal porque están echando mucha gente, lo que implica mucha ansiedad por el que pasará y la angustia y la pena de los compañeros que se van.

Hay también situaciones ambivalentes:

– En este momento estoy muy ilusionada con un proyecto que me lleva a una actividad mental y de ejecución, que es como un motor interno a pleno funcionamiento. Cada vez que intento estar en silencio, me vienen más y más ideas sobre el tema. Tengo que aprender a dosificarme y a disciplinarizarme y ahí estoy un poco liada pero en proceso.

– Mi ritmo de vida no me convence. Más que mi ritmo de vida, mi estilo de vida. Pero me cuesta mucho. Al final, me dejo llevar, arrastrar… Voy trabajándome, pero todavía me queda.

– Mi ritmo de vida… pues muchos dicen que no paro, como, seguramente, la mayoría de los que en este grupo escribimos, muchos dicen que picoteo demasiado, en demasiados sitios, sin profundizar, que tengo que optar… No me siento no parar, o por lo menos en un no parar coherente con mi pensar, sentir y querer vivir, en ese sentido me siento que no hago nada. Y, aunque a veces me pare mucho, incluso para reflexionar, para rezar, para interiorizar, profundizar, compartir… me paro menos de lo que debería pararme, y muchas de las veces que me paro, me paro mal, y no aprovecho bien mis paradas, mis silencios, mis soledades.

– Sobre mi ritmo de vida, lo tengo un poco complicado con tres niños y trabajando a tiempo completo fuera de casa (aunque con horario continuo). Intentamos simplificar nuestra vida al máximo: solo un coche (así me obligo a ir en bici o en tren, metro…), no tenemos móvil (¡con la libertad que eso te da!), casi no vemos la tele y tratamos de tener pocos planes, con la familia o al campo o descansando en casa pero nada de estar todo el día haciendo cosas sin parar. Me encanta cocinar y procuro siempre que los niños coman comida casera, aunque a veces esto entra en contradicción con mi afán de ir sin prisas, ya que cuando llego a casa me pongo como una loca a hacer la cena, je, je… aunque tampoco me agobio si no llego a las cosas, la verdad es que en estos últimos años he practicado esto de la flexibilidad por mi propio descanso mental: llego a lo que llego y a lo que no, no llego y no pasa nada.

Ésta es una constatación compartida: cuando dejamos de hacer tal o cual cosa y descubrimos que «no pasa nada», que la vida sigue, incluso mejor que antes. Y, además, nos dejamos de culpabilizar: Antes me daba mogollón de latigazos; ahora me doy menos. Y así vamos aprendiendo. En general hemos ido pasando de una situación de más estrés a otra de más paz. Pero ha sido un aprendizaje costoso:

– En mi vida ha habido temporadas de estrés insoportable, para mí y para los que me rodeaban y tenían que aguantarme. Tiempos de agobio, de no llegar, de tocar fondo y decir «no puedo seguir así. No puedo con todo; llegaré hasta donde pueda. Y no voy a sentirme mal por ello». Y el resultado es que se quedan sin hacer algunas cosas, luego otras… y no pasa nada, no se hunde el mundo. Creo que cuando uno ha pasado por eso, cuando ha tocado fondo, puede vivir mejor la experiencia de la liberación interior.

– Soy una persona tendente a nerviosa o lo he sido al menos ¡y mucho… muchísimo! Metida en mil y una actividades e incapaz de perdonarme el perder el tiempo… Gracias a Dios tengo un cuerpo con una tendencia a somatizar del 100%: cuando algo no le cuadra me avisa instantáneamente; he padecido jaquecas apoteósicas (ya son un recuerdo lejano) y fiebres inexplicables (estas son un recuerdo reciente) y siempre era el alma que me hablaba por el cuerpo: «algo no haces, dices, vives bien: cámbialo». Dura de mollera como soy, me ha costado mucho comprender pero estoy en ello. Me alegra tanto ver que poco a poco va calando en mí junto a más personas como vosotros un impulso a parar y a dar más calidad a los actos… Al menos así es como intento vivir últimamente.

Este aprendizaje ha supuesto también distinguir entre los factores externos inevitables -las circunstancias de la vida- y el factor interno, la manera cómo vivimos cada uno esas circunstancias: He aprendido que el estrés no viene de las muchas cosas que hacer sino de cómo uno se las tome… En otras palabras: Tenemos todos el mismo tiempo: 24 horas al día. Cómo las desgranamos va en función de nuestra elección.

Hablamos entonces de tomar decisiones, lo cual significa un esfuerzo por vencer inercias y resistencias: El ambiente en mi trabajo es espantoso, pero yo procuro ir todos los días con mi sonrisa, a pesar de lo que cuesta. Es una actitud constante de decirme ante algunas personas «no me vas a fastidiar». Tengo que tener mucha paciencia. Otros reconocen que han ido aprendiendo a decir que no, cosa nada fácil para algunos. Nos han engatusado para llevar esta vida consumista y acelerada y no es fácil decir que no y salirse de la norma.

Hay también dificultades específicas para las mujeres, por cuanto la cultura ambiental exige de ellas una presión por la perfección en todas las esferas de la vida. Es algo que hay que romper, pero es difícil. Hay una imagen social, una presión extra. Se nos pide ser eficaces y se nos valora por ello. Por eso, cuando una se permite «perder el tiempo», eso choca con la mentalidad de quienes me rodean.

Son decisiones puntuales, pero también estructurales. Decisiones que afectan a los horarios, renuncias a ciertos aparatos, adopción de rutinas y cuidados. Son “pequeños ejercicios» en los que nuestra voluntad puede ayudarnos: no ir con el tiempo justo. Ir a dormir pronto, dormir suficiente. Discernir cuándo hay que apagar completamente el móvil, cuándo silenciarlo. Observar nuestra casa en silencio a ver qué os dice, de qué nos habla. No verbalizar más el “no tengo tiempo”, “voy muy liado”…

(Continúa en Nuestro ritmo de vida II)

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