José Eizaguirre
Acabo de terminar la lectura de un libro de título largo y sugerente: Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos y nos vestimos con las vacas. Una introducción al carnismo (Plaza y Valdés, Madrid 2013. Colec. Liber Ánima, 2). Su autora, Melanie Joy, defiende que el consumo de carne, considerado en nuestras sociedades como «normal, natural y necesario», refleja en realidad una ideología arraigada e invisible. Para sacarla a la luz, es imprescindible poder nombrarla. Y para ello propone el nombre de «carnismo».
Lo interesante de este libro es que, no solo desvela los principios y las herramientas de esta cultura del consumo de carne, sino que ayuda a comprender los mecanismos de cualquier ideología arraigada y dominante –en las que no reparamos porque «siempre ha sido así»–, con lo que nos ayuda a pensar de forma más crítica acerca de todos los sistemas violentos e injustos en que participamos, haciendo posible identificarlos y empezar a desmontarlos.
A continuación extraigo algunas citas del libro –con la autorización de los editores y mi agradecimiento por ello–, que podemos leer pensando en el carnismo y otras maneras de pensar dominantes que no solemos cuestionar y que no siempre tienen un nombre concreto. Principios de pensamiento «normales, naturales y necesarios» como por ejemplo: que el crecimiento económico es imprescindible para el bienestar; la maximización del beneficio como el gran valor que rige nuestro comportamiento personal y social; el actual sistema de gobernanza política a través de partidos; la naturaleza como una fuente de recursos al servicio de las necesidades del ser humano, los rasgos propios de los varones como superiores a los de las mujeres; la libertad y la felicidad entendidas en términos de consumo…
Si usted es como la mayoría de las personas, cuando se sienta ante un estofado de ternera no ve la imagen del animal del que procede la carne. Solo ve «comida», por lo que se centra en el sabor, en el aroma y en la textura. Cuando vemos carne de ternera, solemos saltarnos los pasos del proceso perceptual que establecen la relación mental entre la carne y el animal vivo. Sí, claro que sabemos que la carne que tenemos delante procede de un animal, pero cuando la comemos, tendemos a evitar pensar en ello. (p. 21)
Se trata de un proceso cíclico porque no es solo que las creencias determinen nuestra conducta, sino que nuestra conducta refuerza nuestras creeencias. Cuando menos perro comemos y más vaca comemos, más reforzamos la creencia de que los perros no son comestibles y las vacas sí. (22)
Nuestros valores y nuestras conductas son incongruentes y esta incongruencia nos provoca un malestar moral. Tenemos tres opciones para aliviar este malestar: cambiar de valores para que coincidan con la conducta, cambiar de conducta para que coincida con los valores o cambiar la percepción de nuestra conducta para que parezca que coincide con nuestros valores. (24)
La herramienta principal de este sistema es la anestesia emocional. La anestesia emocional es un proceso psicológico por el que nos desconectamos mental y emocionalmente de nuestra experiencia. Nos «anestesiamos». (…) La anestesia emocional es adaptativa (beneficiosa) cuando nos ayuda a afrontar la violencia. Por el contrario, pasa a ser desadaptativa (destructiva) cuando se utiliza para permitir la violencia, incluso cuando dicha violencia ocurre en lugares tan lejanos como las fábricas en las que se convierte a los animales en comida. (25)
La principal defensa del sistema es la invisibilidad, que refleja los mecanismos de defensa de evitación y negación, y sobre la que se erigen el resto de mecanismos. Por ejemplo, la invisibilidad nos permite consumir ternera sin imaginarnos el animal que nos estamos comiendo; bloquea nuestros propios pensamientos. La invisibilidad también nos mantiene tranquilamente aislados del desagradable proceso de criar y matar animales para luego comérnoslos. Por tanto, el primer paso para desmontar la carne es desmontar la invisibilidad del sistema y exponer los principios y las prácticas de un sistema que se ha mantenido oculto desde su creación. (27)
Lo que presentamos como mayoritario no es más que un modo de describir una ideología que está tan extendida (y tan arraigada) que sus supuestos y sus prácticas se consideran de sentido común. Se consideran verdades en lugar de opiniones y sus prácticas parecen las únicas, en lugar de una elección. Son la norma. Las cosas son así. Y, por eso, el carnismo no ha recibido un nombre hasta ahora.
Cuando una ideología está arraigada, pasa a ser invisible. El patriarcado es otro ejemplo de ideología invisible en la que la masculinidad se valora más que la feminidad y donde, en consecuencia, los hombres ostentan más poder social que las mujeres. (…) El patriarcado existió durante miles de años antes de que el feminismo lo declarase una ideología. Lo mismo sucede con el carnismo. (37)
La principal manera de garantizar que las ideología arraigadas sigan bien afianzadas es que sean invisibles. Y la manera principal en que se mantienen invisibles es carecer de nombre. Si no tienen nombre, no podemos hablar de ello y, si no podemos hablar de ello, no podemos cuestionarlo. (38)
Sin embargo, conocemos algo de la verdad. Sabemos que la producción de carne es un proceso sucio, pero decidimos no saber hasta qué punto. Sabemos que la carne viene de los animales, pero preferimos no establecer la relación. Y, con frecuencia, comemos animales y decidimos no saber ni siquiera que hemos decidido hacerlo. Las ideologías violentas están estructuradas de modo que no solo es posible, sino que es inevitable que seamos conscientes de una verdad incómoda a un nivel, pero que seamos ajenos a ella en otro. El fenómeno de saber sin saber es común a todas las ideologías violentas. (75)
Todo lo que concierne a la carne está rodeado de mitología, pero todos los mitos se relacionan, de un modo u otro, con lo que denomino las tren «N» de la justificación: comer carne es normal, natural y necesario. Las tres «N» se han invocado para justificar todo tipo de sistemas de explotación, desde la esclavitud al holocausto nazi. (101)
Mientras permanezcamos en el sistema, veremos el mundo a través de los ojos del carnismo. Y mientras miremos a través de ojos que no nos los nuestros, seguiremos viviendo según una verdad que no es la que nosotros hemos elegido. Debemos salir del sistema para recuperar la empatía perdida y poder tomar decisiones que reflejen nuestros verdaderos pensamientos y emociones en lugar de lo que nos han enseñado a sentir y creer. (117)
«El mayor enemigo del conocimiento no es la ignorancia sino la ilusión de conocimiento» (Stephen Hawking). (119)
El fenómeno al que los psicólogos llaman «sesgo de confirmación» también se conoce como síndrome de Tolstoi, por el escritor ruso que escribió sobre la tendencia a dejar que nuestras creencias nos cieguen. Tal como dijo Tolstoi: «Sé que la mayoría de personas, incluso las que se sienten cómodas ante problemas de la mayor complejidad, tienen grandes dificultades para aceptar la verdad más sencilla y obvia si… esta les obligara a admitir la falsedad de las conclusiones que han… tejido, hilo a hilo, en el entramado de su vida». (136)
A pesar del amplio alcance del carnismo, hay motivos para pensar que el sistema se desestabilizará y nos encontraremos en el momento oportuno para impulsar el cambio. Hay varios motivos que hacen que este sea un buen momento para cuestionar el carnismo: una mayor conciencia de la crisis medioambiental, una mayor preocupación por el bienestar de los animales, la creciente credibilidad y popularidad del vegetarianismo y la desigual disponibilidad de información sobre el vegetarianismo y el carnismo. (148)
Los mecanismos que permiten el consumo de carne a gran escala no son exclusivos del carnismo. Tal como he señalado, el carnismo es una de muchas ideologías arraigadas o dominantes. Y todas las ideologías dominantes que necesitan de la participación de personas que, de estar más informadas, podrían decidir retirar su apoyo utilizan los mismos mecanismos que el carnismo. Por tanto, entender el carnismo nos ayuda a pensar de forma más crítica acerca de todos los sistemas en que participamos. (152)