Escepticismo y desconfianza

Detrás del mercado de productos ecológicos también hay mucho negocio y búsqueda del beneficio económico. Y, a veces, picaresca y fraude. ¿Cómo sé que lo que me están vendiendo como ecológico o de Comercio Justo en realidad lo es? La comida no ecológica, con sus pesticidas y controles sanitarios, me da más garantía que la comida ecológica. Lo mismo pasa con la medicina “alternativa” y los métodos “naturales” de curación; yo me fío más de las medicinas que me receta mi médico. El hombre es un animal de costumbres; es muy difícil cambiar los hábitos de comportamiento. Si nos paramos a mirarlo y considerarlo todo ¡no podríamos hacer ni comer nada!

Escepticismo 190Detrás del mercado de productos ecológicos también hay mucho negocio y búsqueda del beneficio económico. Y, a veces, picaresca y fraude.

Bene-ficio significa literalmente, «lo bien hecho». No hay nada malo en la búsqueda del beneficio  económico, como resultado de una actividad bien hecha, sobre todo cuando esa actividad en sí es útil y positiva para la sociedad (como es, en este caso, el hecho de producir y distribuir productos ecológicos ). El beneficio económico es lo que permite que una entidad –empresa, asociación, cooperativa…– pueda sostenerse y mantener su actividad. Hasta aquí no hay objeciones.

El problema viene cuando el beneficio económico, el afán de riquezas, se convierte en un objetivo «a cualquier precio». Cuando la búsqueda de ganancias económicas es el principal, si no el único, valor que mueve la actividad. Ya nos vamos dando cuenta de que cuando eso ocurre las consecuencias para el conjunto de la sociedad –y para el medio ambiente– son negativas. Y eso también puede ocurrir en el mercado de productos ecológicos, con lo que también aquí es preciso ser conscientes y conocer quién está detrás de lo que consumimos.

Siendo esto cierto, también lo es el hecho de que en este ámbito lo normal es que los productores e intermediarios tengan un conjunto de motivaciones mucho más amplio que el mero beneficio económico. Y más conocimiento: si preguntamos en una tienda de productos ecológicos por la procedencia de lo que allí venden, seguramente nos sabrán dar más respuestas que si lo preguntamos en un supermercado o gran superficie (hagamos la prueba).

¿Picaresca y fraude? Sin duda también lo hay, pues detrás siempre hay personas. ¿Y qué persona puede decir que está libre de toda maldad? Detrás del mercado de productos ecológicos no hay un 100 % de bondad inmaculada pero seguramente hay mejores intenciones y prácticas que en otros sectores (por eso siguen siendo necesarias la lucidez y la crítica). Podemos decir que es un mercado que contribuye más a la justicia social y al cuidado medioambiental . Y a nuestra propia salud.

¿Cómo sé que lo que me están vendiendo como ecológico o de Comercio Justo en realidad lo es?

¿Cómo sabemos, por ejemplo, que lo que hay dentro de una botella de vino es realmente vino de uva y no un derivado químico? Más aún, ¿cómo sé que el vino que nos venden como Rioja procede realmente de la Rioja y no de otras regiones?
¿Cómo lo sabemos? Porque nos fiamos. Nos fiamos que los productores de alimentos son veraces en la información que ofrecen en las etiquetas. Nos fiamos que los controles sanitarios confirman que eso es así. Y nos fiamos de las entidades que certifican alguna de sus propiedades –en este caso, el origen del vino de Rioja–. ¿Podemos estar completamente seguros? Probablemente no, pero hay indicios suficientemente razonables como para fiarse.

Del mismo modo, también nos fiamos de los productores de alimentación ecológica y de Comercio Justo. Confiamos en su transparencia, en los valores que dicen promover, en los controles sanitarios a los que también están sujetos, y en las entidades –públicas en unos casos e independientes en otros– que los certifican. ¿Podemos estar completamente seguros? Probablemente no, pero hay indicios más que razonables como para fiarse.

Tanto en un caso como en otro, siempre hay un acto de confianza. Evidentemente, cuanta más información tengamos de la procedencia de los productos que compramos, más seguros estaremos de nuestra confianza. Y normalmente es más fácil conocer la procedencia de los productos ecológicos y de Comercio Justo que de los que no lo son. Con lo que en este tipo de productos la confianza suele estar más fundamentada.

Cuando dudamos, deberíamos empezar por preguntarnos: ¿de dónde viene nuestra desconfianza?

La comida no ecológica, con sus pesticidas y controles sanitarios, me da más garantía que la comida ecológica.

Es legítimo y razonable confiar en las autoridades sanitarias, que deben velar por nuestra salud, pero ¡la comida ecológica también tiene controles sanitarios! Y seguramente más que la que no lo es, pues periódicamente se analizan los suelos donde se cultiva, cosa que no hay obligación de hacer en la agricultura no ecológica.

Los pesticidas que se utilizan en la agricultura son sustancias tóxicas elaboradas para matar a determinadas plagas. En cantidades pequeñas no parecen ser nocivos para el ser humano (sí en grandes cantidades: es desgraciadamente frecuente que los campesinos que se suicidan por no poder hacer frente a sus deudas lo hacen ingiriendo pesticidas). Pero es razonable pensar que pequeñas cantidades de muchos y diversos pesticidas presentes en nuestra comida podrían ser perjudiciales para la salud. Algunos estudios así lo demuestran.

De todas maneras, más que de razones científicas, estamos ante una cuestión cultural. En realidad, es una cuestión de confianza. Por eso, cuanto más próxima es la relación entre productores y consumidores, mayor confianza es posible. Si conocemos a quienes han producido y distribuido los alimentos que comemos y nos fiamos de ellos, no necesitamos más autoridades sanitarias.

Lo mismo pasa con la medicina «alternativa» y los métodos «naturales» de curación. Yo me fío más de las medicinas que me receta mi médico.

Es muy razonable confiar en la medicina occidental, con sus logros innegables. Para algunas cosas sus ventajas son inigualables y somos muy afortunados de haber nacido en nuestra época y lugar y poder disfrutar de esas ventajas.
Pero para otras cosas, sabemos que hay otras formas de afrontar la enfermedad con otras sabidurías –muchas veces milenarias– que pueden ser igual o más eficaces que la medicina occidental. Nuestras abuelas preparaban remedios caseros que eran a menudo tan eficaces como los medicamentos actuales (de hecho, se están recuperando aquellas recetas). La medicina tradicional china o las plantas medicinales usadas por tribus «no civilizadas» también han probado su capacidad sanadora. Lo mismo que la visión ayurvédica de la India, que entiende que la enfermedad debe ser comprendida en el contexto global de la vida de la persona y que es en ese contexto en el que se debe intervenir.

De nuevo es una cuestión de confianza. Está bien confiar en los medicamentos, pero ¿siempre y para todo vamos a querer remediar nuestros males con medicamentos?

El hombre es un animal de costumbres; es muy difícil cambiar los hábitos de comportamiento.

¿Es difícil cambiar los hábitos de comportamiento? Recordemos cómo vivíamos hace cinco años, hace diez, hace veinte… Probablemente mantenemos algunos hábitos y otros no (por ejemplo, todo lo que tiene que ver con las tecnologías de comunicación). Más aún, comparemos nuestras costumbres con las de nuestros padres o nuestros abuelos. Algunas son las mismas y otras radicalmente distintas.

Es indudable que las costumbres, los hábitos de comportamiento de las personas y sociedades, cambian. Tal vez la objeción se refiera a que es difícil cambiar consciente y deliberadamente nuestras pautas de conducta en una dirección determinada. Ahí hay más verdad. Es más difícil, pero no imposible. Recordemos por ejemplo, cómo ha cambiado en los últimos años la actitud de la sociedad ante el tabaco, o la recogida selectiva de residuos, o el uso del cinturón de seguridad en los vehículos, o el ponernos espontáneamente en el lado derecho en las escaleras mecánicas… Son cambios lentos, pero posibles.

Si nos paramos a mirarlo y considerarlo todo ¡no podríamos hacer ni comer nada!

¿Cómo que nada? Esta postura es un tanto extrema. Evitemos los extremismos del «todo o nada» y del «blanco o negro». ¡El que algo no llegue a ser completamente blanco no significa que sea negro! Es imposible ser 100 % coherente en todos los ámbitos de la vida. Vayamos caminando en la dirección adecuada, intentando ser conscientes de todo lo que podamos, sabiendo que eso poquito que hacemos –o dejamos de hacer– está contribuyendo a que seamos personas más completas y a que el mundo sea un poquito mejor.

¿Es desconfianza o es miedo? Miedo a que si empezamos a «mirarlo y considerarlo todo» nuestra vida pueda cambiar. ¡No tengamos miedo!

(Ir a la sección Objeciones razonables)

 

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