Esta forma de vida es más incómoda; requiere esfuerzos que no compensan.
¿Qué es lo que no compensa? ¿No compensa ir ganando en consciencia, en salud, en relaciones humanas, en hondura personal? ¿No compensa la satisfacción de saber que con nuestro comportamiento estamos contribuyendo a un mundo mejor? Muchas personas que han ido adentrándose en nuevas formas de vida constatan la ganancia en todo eso. Para ellos, los esfuerzos derivados del cambio les han retornado ventajas que superan esos esfuerzos. Para estas personas, éste es un camino de crecimiento humano y felicidad.
Otras personas reconocen esas ganancias pero el esfuerzo y la incomodidad que supone no les compensa… ¿Qué hacer entonces? Si de verdad estamos convencidos de la bondad de este camino, empecemos a recorrerlo por donde nos resulte más fácil, más llevadero. Y apoyémonos en aquellas motivaciones que nos resulten más atractivas. Para unos será la satisfacción de saber que estamos contribuyendo a un mundo más justo. Para otros, que estamos evitando la degradación medioambiental. Para otros, lo que ganamos en salud física, bienestar anímico y hondura espiritual.
Reconozco mi comodidad, mi resistencia a cambiar mi modo de vida.
Aunque no siempre lo explicitamos así, la comodidad es una de las principales motivaciones de nuestra conducta. Cuando, por ejemplo, nos paramos a analizar con qué criterios compramos los productos que consumimos, con frecuencia la respuesta es «lo que me resulte más cómodo, lo que me suponga menos tiempo y complicaciones».
Somos una especie con tendencia a la comodidad. Pero una vida demasiado cómoda acaba «acomodándonos» y, peor aún, haciéndonos insensibles a quienes sufren vidas no tan cómodas. Por eso, si ése es nuestro caso, es bueno introducir voluntariamente en nuestras vidas elementos que nos «desacomoden», nos sacudan un poco y nos hagan salir de nuestra «zona de confort».
Reconocer la propia comodidad no significa mucho; es algo bastante normal. Pero ¿puede ser un motivo determinante para dejar de esforzarnos en convertir nuestros estilos de vida?
Me encantan las duchas largas con agua muy caliente en invierno y el aire acondicionado a tope en verano. Me gusta demasiado la carne; no puedo dejar de comerla. Disfruto comprándome ropa, aunque sé que ya tengo de sobra…
Quien más quien menos nos identificamos con afirmaciones de este estilo. Todos tenemos nuestros gustos y «debilidades». No hay nada malo en ello, pero, ¿cómo nos sonarían afirmaciones como: «me encanta destrozar las flores y los árboles del parque; disfruto haciendo sufrir a otros y aprovecharme de los débiles; me gusta demasiado la cocaína, no puedo dejar de tomarla…»?
No hay nada malo en tener gustos personales… salvo cuando satisfacer esos gustos perjudica a otras personas, daña el medio ambiente (lo cual al final acaba perjudicando a otras personas) o afecta negativamente a nuestra salud física o anímica.
¿Y qué pasa cuando somos conscientes de que muchos de nuestros gustos y preferencias están perjudicando a otras personas, a la naturaleza o a nuestra propia salud? Una primera opción es ir abandonando esos hábitos. Y otra, compatible con la anterior, es adaptarlos a otras formas de consumo menos dañinas: sigamos calentando agua y enfriando el aire, pero ahora con electricidad generada de forma 100 % renovable; sigamos tomando café, pero de Comercio Justo; sigamos comiendo carne, pero de producción ecológica; renovemos nuestro vestuario, pero con ropa reutilizada… Todo eso ya es posible y, aunque suponga un esfuerzo, es un esfuerzo que compensa. Quien lo prueba lo comprueba.
Prefiero vivir en la ignorancia, no saber lo que hay detrás de todo eso…
Muy bien; es tu opción. Al menos es una decisión consciente. Pero, con todo respeto, ¿de verdad es una opción por no saber o es una excusa para no vivir en coherencia con lo que sabes?
«Si ya sabes lo que tienes que hacer y no lo haces, entonces estás peor que antes» (Confucio).
No quiero renunciar a viajar en avión y no voy a renunciar a viajar en avión.
De acuerdo también. Es tu decisión.
En el fondo, reconozco mi miedo al cambio.
Reconocer esto ya es algo valiente, ¿no crees? Reconocer nuestros miedos es el primer paso para afrontarlos.
Es muy normal tener miedo a lo desconocido, a lo que nos saca de nuestro mundo de seguridades. Y precisamente en estos tiempos de cambio, en este cambio de época, la humanidad afronta con temor una nueva y desconocida etapa histórica, que seguramente será muy distinta de las que conocemos. ¡No tengamos miedo! La nueva época está llegando, lo queramos o no. De nosotros depende entrar en ella con miedo o hacerlo con confianza y determinación.
[Ir a la sección Objeciones razonables]