Ante quienes sostienen que nuestros gobernantes «están haciendo lo que tienen que hacer» en materia de economía, hay quienes proponen otras maneras de gestionarla. La Economía del Bien Común, formulada por el economista austriaco Christian Felber, es una de estas alternativas. Podría resumirse muy brevemente así: todos entendemos lo que significa «bien común» -leamos, por ejemplo, el preámbulo de la Constitución Española-. Pues bien, regulemos las leyes fiscales de modo que los impuestos a las empresas estén en proporción inversa a lo que estas contribuyen al bien común. Por ejemplo, cuanto más contamina una empresa, más impuestos deberá pagar, para que Estado compense así ese perjuicio al medio ambiente, que afecta a todos. ¿Para qué recauda dinero el Estado si no es para emplearlo en el bien común? Pues si una empresa, con su actividad, ya está contribuyendo al bien común, esa empresa tendrá que pagar menos impuestos (es el mismo principio por el que las fundaciones y entidades de mecenazgo están exentas en España del Impuesto de Sociedades). Suena a «economía del sentido común». No parece que, políticamente, sea muy complicado legislar algo así; lo que parece que falta es voluntad política para hacerlo.
Según informa el boletín de la Fundación Vida Sostenible, la Confederación Suiza ha aprobado un plan de reestructuración energética, que abandonará paulatinamente la energía nuclear, cerrando las centrales a medida que termine su vida útil, entre 2016 y 2034. Otro apartado crucial es la mejora de la eficiencia energética. El dinero necesario se va a sacar del incremento de las tasas por emisiones de CO2 a las organizaciones que no mejoren su eficiencia, mientras que las que lo hagan verán reducidos sus gastos con este fin. He aquí un ejemplo de aplicación de la economía del bien común (aunque los suizos no lo llamen así).
Una de las noticias más destacadas de esta semana ha sido la muerte de Nelson Mandela, a quien todo el mundo rinde justo tributo por la inmensa humanidad de su persona y por su acertada contribución al proceso de desmantelamiento del apartheid y de la transición a una democracia más perfecta en Sudáfrica. En el libro de John Carlin El factor Humano, se cita una frase de Tokyo Sexwale, que había pasado trece años en la misma prisión que Mandela: «comprendí con más claridad que nunca que el fin de la lucha de liberación de nuestro pueblo no era sólo liberar a los negros del cautiverio -decía Sexwale teniendo en cuenta la principal lección que había aprendido de Mandela en la cárcel-, sino, todavía más, liberar a los blancos del miedo.» (p. 285)
Conscientes de que todo está relacionado y de que nosotros, con nuestra forma de vida, también estamos siendo opresores de otros seres humanos, la vida de Nelson Mandela nos enseña a, además de procurar la liberación de los cautivos de este sistema injusto, liberarnos del miedo a abandonar nuestra zona de confort y nuestros hábitos de comportamiento y consumo.
No podemos sino terminar con las propias palabras de Mandela, que los medios de comunicación están recordando estos días: «La muerte es algo inevitable. Cuando un hombre ha hecho lo que creía necesario por su pueblo y su país, puede descansar en paz. Creo que yo he cumplido ese deber, y por eso descansaré para la eternidad».