Comprar de segunda mano es para gente con pocos recursos y para friquies, no para mí. Y comprar productos ecológicos es para yuppies y para quien se lo puede permitir; desde luego, no para mí. Yo no soy así.
Aquí ya no estamos hablando solo de una cuestión de precio sino también de identidad cultural, de las señas de identidad social con las que nos identificamos. Con frecuencia, actuamos en función de la imagen que nos hemos hecho de nosotros mismos y de la que no siempre somos conscientes. Y esa imagen, para bien y para mal, nos condiciona y nos «posiciona» ante otras personas que reconocemos «distintas».
Es muy fácil poner etiquetas, prejuzgar a las personas antes de conocerlas y hacer generalizaciones a la ligera: «esta gente son unos… (friquies, yuppies…); yo no soy como ellos». ¿Podríamos prescindir de etiquetas? ¿Seríamos capaces de reconocer que, por encima de generalizaciones fáciles hay aspectos que tenemos en común? Hablemos de ventajas e inconvenientes, de valores y contravalores, de «objeciones razonables», pero dejemos de lado los prejuicios culturales y psicológicos.
En esto de vivir contracorriente me siento frustrada, culpable, solo…
¡Qué revoltijo de sentimientos! No juzgamos los sentimientos, que pertenecen a cada persona. Sentimientos y emociones son algo estupendo que tenemos los seres humanos. Están ahí y es decisión nuestra saber qué hacemos con ellos.
Hay sentimientos negativos que nos hacen daño; en la medida de lo posible, evitémoslos. Hay otros que nos duelen, pero en los que podemos encontrar una alerta hacia un cambio o una pista hacia otra forma de proceder. El sentirnos solos en esta forma de vida, ¿no es una invitación a buscar otras personas en quien apoyarnos?
En cualquier caso, ¡qué bueno es compartir los sentimientos (y tener con quién compartirlos)!
Si pienso en estas cosas, me acabo obsesionando con que todo es malo o me hace daño.
Una cierta «obsesión» por determinadas cosas no es mala. «Obsesionarnos» hasta cierto punto con la justicia, la libertad, la defensa de la vida, los derechos humanos, el cuidado del medio ambiente… no es malo. El problema es cuando se atraviesa determinado punto en que nos volvemos intolerantes, fanáticos o desequilibrados psíquicos.
«Pensar en estas cosas», tener presente las repercusiones de nuestra forma de vida, no debe llevarnos a actitudes y comportamientos desequilibrados. Si de verdad tenemos esa tendencia a «obsesionarnos con que todo es malo o me hace daño», tal vez haya alguna patología psicológica que deba ser tratada con ayuda profesional.
Pero, sinceramente, ¿de verdad es así? ¿Es una patología psicológica o no podría haber aquí un simple mecanismo de defensa para eludir el miedo a salir de nuestra «zona de confort»?
Nunca está uno satisfecho del todo. Cuanto más profundizo en esto, más aumenta mi sentimiento de incoherencia e hipocresía.
Nuevamente el confuso y complejo mundo de los sentimientos. Un cierto sentimiento de incoherencia, de «mala conciencia» es bueno, porque nos moviliza y nos predispone al cambio. Pero cuando esa mala conciencia nos agobia, nos hace sentirnos culpables, nos impide ser felices… entonces hay algo que debemos revisar. ¡Todo esto es sin dejar de ser felices!
Es verdad que nunca estaremos satisfechos del todo. ¿Y qué? Ya sabemos que ni nosotros ni el mundo en que vivimos somos perfectos. No podemos estar satisfechos de todo, satisfacer todos nuestros deseos de cambiar el mundo a mejor. Lo que sí está en nuestra mano es hacer de esa insatisfacción un aliciente para movernos en la dirección en la que queremos, o bien un motivo de desánimo o una excusa para no movernos.
¿Sentimiento de hipocresía? El hipócrita es el que sabe que está fingiendo. Si realmente intentamos ser sinceros con nosotros mismos, no deberíamos hablar de hipocresía sino, al contrario, de honradez.
Sin embargo, no siempre es así. La conocida frase «si no vives como piensas, acabarás pensando como vives» apunta a que no podemos vivir en la incoherencia de pensar de una manera y vivir de otra. Pero lamentablemente la experiencia muestra que es posible mantener, de forma más o menos consciente, esa incoherencia, esa «hipocresía». ¡Ante esto es ante lo que debemos estar en guardia!
No me digáis que no estoy contribuyendo a un mundo mejor solo porque no me alimento como vosotros.
¡No estamos diciendo eso! Tu conducta es ciertamente ejemplar. Te duele el sufrimiento de los pobres, te preocupa la creciente desigualdad social y la degradación medioambiental… Te desvives por los demás, compartes tus bienes, rezas todos los días… Eres una buena persona sin lugar a dudas, un precioso testimonio de generosidad y entrega. Nadie pone en duda que tu vida y tu persona están contribuyendo a un mundo mejor. ¡Y qué bien que haya personas como tú! Todo es importante y tu contribución también; todo es necesario, porque todo está relacionado.
Precisamente, porque todo está relacionado, la invitación es a contribuir más… Además de contribuir a un mundo mejor con lo que ya somos y hacemos, a ser más consciente de que con nuestra forma de vida estamos causando mucho daño y que podemos evitarlo.
¡Claro que estás contribuyendo a un mundo mejor! Pero si fueras consciente del daño que está causando, por ejemplo, tu forma de alimentarte y fueras capaz de introducir cambios en tu dieta, tu contribución sería aún mayor.
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