Ana G-Castellano
De nuevo estos días los gráficos inundan las portadas de los diarios. Parece que va siendo costumbre. Cada mañana, con perfección informática, un semicírculo jalonado de colores de campaña, nos muestra “nuestra intención de voto de cada día” sobre otro más pequeño que, bajo el primero, aclara cómo se repartió el rosco hace un corto periodo de tiempo, el que nos separa de las elecciones anteriores.
Parece una nimiedad comentarlo. Es lo natural en tiempo (tan reiterado) de elecciones. Pero a mí, desde mi sentir biotrópico, me hace pensar. Las imágenes tienen un fuerte carácter simbólico, que conectan con nuestro subconsciente, y por tanto con nuestro fondo espiritual.
Esos gráficos nos adiestran en el escrutinio minucioso de la diferencia y la rivalidad.
Esos pequeños “arcoíris verticales” eclipsan el sentido del verdadero arcoíris, el horizontal, que extiende los colores de este a oeste, de norte a sur fundiéndolos entre sí, de tal modo que la franja del bermellón nunca se diferencia nítidamente del naranja, ni ésta del amarillo, ni el amarillo del verde, encadenándose hasta llegar al violeta. Así es el arcoíris que en las grandes espiritualidades bíblicas representa la alianza de la concordia, el Pacto de la Humanidad con el Ser Universal.
Pero parece que todo está dispuesto para hacernos olvidar que Todos-somos- uno, para obligarnos a emprender una febril carrera por agrandar esta u otra franja del arcoíris vertical. Para que nos acostumbremos a pensarnos en raciones de la tarta del mundo. Se nos insta a teñir nuestros pensamientos de este o aquel pigmento en el gráfico de los sondeos, para asegurarnos una forma “plausible” de estar presente en la comunidad.
Y cuidadito con mezclarse, con romper la línea divisoria entre colores, pues bien sabemos que la mezcla de todos los colores da como resultado la oscuridad más absoluta. Si seguimos empeñados en cubrir nuestras carencias, nuestras inseguridades, nuestros miedos con un determinado color electoral, es decir, a vivir de fuera hacia dentro, estamos condenados a la oscuridad del todos contra todos.
No supone esto una crítica a la diversidad de pensamiento (hablo en lenguaje simbólico); pero sí a la estanqueidad en que estamos inmersos. Una estanqueidad que impide que corran las aguas del espíritu común, de ese Río Universal del que formamos parte toda la Humanidad.
Por el contrario, si nos identificamos con el arcoíris horizontal, compuesto no de pigmentos, sino de haces luminosos, confluir tendrá como resultado un rayo de luz. La mezcla de colores pondrá de manifiesto que todos estamos y tenemos parte de cada uno, que podemos abrazar sin miedo al otro, hermana o hermano, porque en él, en ella está la parte del todo.
Hoy más que nunca se hace necesario recurrir al término creado por Thich Nhat Hanh: «La palabra “interser” aún no esta en el diccionario, pero si combinamos el prefijo inter con el verbo ser, tenemos un nuevo verbo, interser. “Ser” es interser. Si miramos profundamente esta hoja de papel, veremos en ella la luz del sol. Sin la luz del sol, el bosque no puede crecer. El papel y el sol inter-son. No puedes ser por ti mismo; tienes que interser con todas las demás cosas. Esta hoja de papel es, porque todo lo demás es» (Thich Nhat Hanh. Estás aquí. Ed. Kairós).
No hay espacio para el interser en las encuestas electorales. Pero sí nos queda, desde el espíritu biotrópico, seguir “intersiendo” en las acciones, en la presencia y en la actitud cotidiana. Encarnar en nuestra existencia las palabras del gran sufí del siglo X Ibn Mansus, «No hay yo, ni nosotros, ni tú. Yo, nosotros, tú y Él, todo es una y la misma cosa».
Como las franjas difusas del arcoíris que anuncia el fin de las disputas.
(Imagen: fietzfotos – Pixabay)
Para agradecer el escrito de Ana Garcia Castellano.
Las palabras que sostienen una gama de colores nítidos para expresar con claridad la diversidad y los matices que nos acogen a cada una de las personas y seres vivivientes de este planeta.
Que la cordura y lucidez no los apaguen o difuminen y nos impidan ver su riqueza en matices.
Sororidad y Paz.