4. Vida sana

Cuidado personal. Alimentación. Ritmo de vida. Cercanía a la Naturaleza

Cuidar el propio cuerpo y vivir una corporalidad sana. Procurar una alimentación saludable y ecológica (y evitar comer de más). Practicar suficiente ejercicio físico. Preferir andar o desplazarse en bicicleta a otros transportes más rápidos. Cuidar plantas o animales. Ejercitar algún arte o artesanía. Preferir los ambientes naturales a los artificiales y, en general, lo que sea más natural. Mantener contactos frecuentes con la Naturaleza. Leer libros, suscribirse a revistas, ver documentales… que ayuden al conocimiento y aprecio por la Naturaleza…

Hoy se habla mucho de «vida sana«. Pero realmente no es algo nuevo. En España existe desde 1981 una asociación con el nombre de Vida Sana. Entre sus actividades, la más conocida es la organización de la feria Biocultura, que en Madrid lleva 28 ediciones anuales, 18 en Barcelona, 3 en Valencia y próximamente en Bilbao. Es la feria de todo lo que tiene que ver con formas de vida «naturales»: alimentación, construcción, artesanías, ropa… junto con una amplia sección dedicada a la espiritualidad y un buen número de entidades dedicadas a la difusión de estos estilos de vida.

Sin duda la alimentación es uno de los ámbitos de comportamiento básicos a la hora de llevar una vida saludable. La agricultura y ganadería ecológicas están creciendo mucho en nuestro país desde que comenzaron a ponerse en práctica hace más de veinte años. La pena es que la mayoría de nuestra producción no encuentra mercado en España y es exportado hacia países centroeuropeos, con peor clima y mejor conciencia… (nos alegramos por ellos). Existe incluso una Sociedad Española de Agricultura Ecológica (SEAE), creada en 1992.

Después de unas décadas de masiva emigración del campo a la ciudad, desde hace años estamos asistiendo al fenómeno inverso: personas que deliberadamente deciden dejar la ciudad para instalarse en el campo y vivir de él. No se trata de quien se va a vivir a un chalet con tejado a dos aguas rodeado de césped, equipado con todos los adelantos tecnológicos, y varios coches para ir a trabajar a la ciudad. Hablamos de los llamados «neorrurales«, personas que saben lo que hacen, que quieren llevar una vida más cercana no solo al campo en sí sino a la sabiduría de la gente del campo, asumiendo sus satisfacciones e incomodidades (por supuesto, valoran mucho maś las primeras que las segundas).

Un paso más son las llamadas «Ecoaldeas«, pueblos abandonados o semiabandonados que son recuperados por un grupo de gente con la intención, no solo de vivir en el campo y del campo, sino de crear unas relaciones vecinales y fraternales determinadas. Amayuelas de Abajo (Palencia) es una de las ecoaldeas más emblemáticas, pero no la única. De hecho, existe la Red Ibérica de Ecoaldeas, que cada año convoca a sus miembros y a quienes están interesados en una forma de vida así.

En torno a la expresión «salud integral» se han escrito y se siguen escribiendo ríos de tinta. Sin duda es una preocupación importante para muchas personas. Las palabras «integral», «integración», «integrado», «íntegro», nos hablan de unidad, armonía, comunión, de algo que está completo, desarrollado en todas sus dimensiones. Y también de rectitud moral, de personas «de una pieza». ¿Quién no aspira a esto en su vida?

Hablamos de desarrollo integral de toda la personas y de todas las personas. En este terreno encontramos sensibilidades, lenguajes y prácticas diversas, de valoración desigual. Pero el propósito es siempre loable: «Somos un grupo de personas comprometidas en un proyecto de salud integral cuyo fin es potenciar el desarrollo humano y la salud física, psicológica y espiritual. Durante todo el año realizamos cursos y talleres dirigidos a la salud corporal, la autoestima personal y la paz espiritual», leemos en la página web de Betsaida, un centro de salud integral en Segart (Valencia).

En paralelo a esta corriente, el movimiento Slow, bajo el símbolo del caracol, propone una forma de vida más lenta, no tanto por la lentitud en sí sino por la mayor conciencia que deriva de ello. En una sociedad urbana donde abunda el activismo y el estrés, hay personas que prefieren hacer las cosas más despacio y hacerse así más conscientes, viviendo mejor el momento presente, aunque eso suponga hacer menos. El «movimiento slow» más que una institución en realidad es una corriente de pensamiento y de estilo de vida, que tiene múltiples reflejos y concreciones.

Seguramente la más extendida sea «Slow Food«, fundado por Carlo Petrini en 1989, que hoy cuenta con más de 100.000 miembros en 122 países, organizados en 1.600 “Comunidades del alimento” (27 en España). La intención, además de «comer despacio», es redescubrir el valor de las comidas conscientes y compartidas, recuperando una cultura gastronómica que se estaba perdiendo.

Slow Cities (ciudades lentas) es otra de las dimensiones de esta tendencia. Se trata de poblaciones, normalmente pequeñas, que han adoptado decisiones encaminadas a una vida más cercana a los ritmos de la naturaleza. En España son «ciudades lentas» Begur, Pals y Palafrugell en Gerona; Mungía y Lekeitio en Vizcaya; Bigastro en Alicante; Pozo Alcón en Jaén y Rubielos de Mora en Teruel.

Con el tiempo van surgiendo aquí y allá pequeños grupos de «gente lenta» que pretenden ayudar a sus miembros a intentar hacer más humanos sus ritmos de vida. No siempre se consigue, pero la intención y el rumbo ya merecen la pena: “No podemos afirmar que seamos gente lenta, pero sí que somos gente que quiere ir más lenta por la vida…”, dice María Novo (Madrid).

¡Cuánta buena gente intentando poner en práctica estilos de vida más sanos y próximos a la naturaleza!

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