6. Consumo

Consumo solidario, ecológico, creativo y transformador. Transporte y viviendas sostenibles.

Consumir productos de Comercio Justo y con sellos ecológicos. Participar en grupos de consumo y asociaciones de consumidores. Reparar y reutilizar. Minimizar los residuos y reciclarlos. Comprar y vender productos de segunda mano. Optar por ordenadores sencillos y por software libre. Utilizar racionalmente la impresora. Hacer un uso responsable de Internet. Seleccionar los medios de transporte en función de su menor contaminación y compensar las emisiones de CO2. Optimizar energéticamente la vivienda. Optar por energías renovables. Instalar dispositivos de ahorro y reutilización de agua. Usar bombillas de bajo consumo…

¡Cuánto campo de acción en este ámbito del consumo! Sí, aquí tenemos un buen margen de maniobra para contribuir a otro mundo mejor posible con nuestra manera de vivir.

En el ámbito de la vida sana ya se habla de la alimentación ecológica, como algo que viene bien para la propia salud. Es el momento de añadir que, además, es algo que viene muy bien para la salud del medio ambiente. Y algo más: consumiendo productos ecológicos no solo estamos contribuyendo a un medio ambiente mejor sino también, normalmente, a una mejor organización de la producción y distribución desde el punto de vista social, pues la mayoría de la alimentación ecológica se está produciendo y distribuyendo por pequeños productores y cooperativas.

Junto al consumo ecológico (en minúsculas), es obligado mencionar al Comercio Justo, en mayúsculas pues se entiende como nombre propio de una manera particular de concebir las relaciones comerciales: – salarios y condiciones de trabajo dignas, exclusión de mano de obra infantil, organizaciones productoras democráticas, compromiso comercial a largo plazo son algunas de sus características.

Las personas inquietas por las repercusiones de su consumo, además de preguntarse qué compramos se hacen la pregunta de cómo lo hacemos. Surge así el consumo colaborativo, un «cambio cultural y económico en los hábitos de consumo marcado por la migración de un escenario de consumismo individualizado hacia nuevos modelos de intercambio, uso compartido, trueque o alquiler» (wikipedia). De aquí se derivan, por ejemplo, los numerosos grupos de consumo que están surgiendo por todas partes, las cooperativas de consumidores, que suponen un paso más de compromiso consciente, y las asociaciones de consumidores, en todos los niveles (local, regional y estatal).

Los comportamientos responsables en materia de consumo abarcan un abanico tan amplio como nuestra propia vida cotidiana: alimentación, ropa y calzado, productos de limpieza y aseo, equipamiento del hogar, madera y derivados (como el papel reciclado), proveedores de energía y estrategias de ahorro, aparatos electrónicos y software…

En el mundo de la energía ya podemos acceder en España a proveedores de electricidad generada 100% de forma renovable (como la empresa Gesternova o la cooperativa SomEnergia, entre otras). También hay abundante información y maneras de optimizar nuestros consumos de agua y energía, con estrategias e inversiones moderadas.

El software libre es un conjunto de sistemas operativos y programas informáticos caracterizados por la transparencia de sus «tripas», de modo que cualquiera puede entrar en los códigos de programación, estudiarlos, mejorarlos, compartir esa mejora y permitir que otros sigan haciéndolo (cosa que no ocurre con el software producido por empresas comerciales). ¡Hay miles de personas en todo el mundo contribuyendo con su conocimiento a desarrollar estos programas! Utilizando software libre, además de evitarnos el comprar -o piratear- programas comerciales, estamos contribuyendo a una nueva cultura de conocimiento libre y compartido.

Es importante detenernos también en otro ámbito particular de consumo: el transporte. También aquí tenemos un gran margen de maniobra para contribuir a otro mundo mejor con nuestra manera de vivir. Empezando por preguntarnos si realmente necesitamos movernos tanto… Y, desde luego, prefiriendo siempre el transporte público y aquellos medios de transporte de menor impacto medioambiental: el tren antes que el transporte por carretera; siempre que se pueda, compartir coche; en trayectos cortos y para quien se sienta capaz, la bicicleta… Sabiendo que de todos los medios de transporte, el avión es, con diferencia, el más contaminante. El avión sólo debería utilizarse en casos de extrema necesidad y cuando no hay transporte alternativo por tierra. Y, en esos casos, acordarse siempre de compensar las emisiones de carbono de nuestro viaje.

Hablar hoy de reducir nuestros desplazamientos no siempre es bien recibido. En general, después de unas décadas de crecimiento económico y de consumo, no gusta hablar de decrecimiento y de reducción. Pero es necesario hacerlo. Y aquí intervienen todas las «R» que vienen sonando desde hace tiempo: Reducir, Reciclar, Reutilizar, Restaurar, Redistribuir, Reconceptualizar… Se trata efectivamente de un «cambio cultural», que nos hace preguntarnos constantemente por las repercusiones de nuestros actos de consumo y modificarlos deliberadamente buscando hacer el bien y no el mal, preguntándonos a quién beneficiamos y a quién perjudicamos con nuestro consumo… «Es bueno que las personas se den cuenta de que comprar es siempre un acto moral, y no sólo económico» (Benedicto XVI).

Y, de nuevo, más allá del qué y cómo compramos, y en coherencia con todas las «R» mencionadas, está la pregunta de si realmente lo necesitamos y, en caso afirmativo, si tiene que ser necesariamente nuevo o podemos Reutilizarlo de alguien que lo tenga y ya no lo use. En estos tiempos de crisis económica están potenciándose los mercados de segunda mano, pues muchas personas no pueden permitirse (aunque querrían) comprar productos nuevos. Sin embargo, algunos han llegado a la conclusión de que comprar de segunda mano no es de pobres, ¡es de sabios!, es de personas conscientes de las repercusiones de sus actos. Efectivamente, si, por ejemplo, tengo necesidad de un ordenador y otra persona tiene uno que no usa y quiere desprenderse de él, ¿tiene sentido que yo compre un ordenador nuevo y esa persona arroje el suyo al circuito de los productos de desecho? ¿No es más sensato ponernos de acuerdo para yo pueda seguir usando el ordenador que él ya no necesita? No solo es una cuestión de precio (que también es importante), es algo con más transcendencia, es una cuestión de sensatez, de sentido común planetario.

(Una de las objeciones más normales a este planteamiento es el argumento de que si todos compramos productos de segunda mano, los que fabrican y vender productos nuevos perderán sus puestos de trabajo… Es una cuestión pertinente y lógica a la que intentamos responder en la sección «Dudas razonables» [próximamente].)

Y junto a los mercados de segunda mano, están también los de trueque e intercambio, que, como los primeros, se han visto potenciados gracias a internet. Pero aquí entramos ya en el terreno de los intercambios no monetarios, de los que hablamos en el ámbito siguiente.

¡Qué bien! ¡Cuánta gente está «convirtiendo» sus hábitos de consumo, contribuyendo así a otro mundo mejor posible!

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